martes, 18 de agosto de 2009

Zona Sur: Epístola de una clase en retirada

* Sergio Zapata

En la apertura de la obra, se nos advierte a qué estamos asistiendo; un espejo convexo abre el recorrido de un sutil y ligero movimiento de 360 grados. Los espejos y los círculos, el cielo y el silencio, el sexo y los secretos, la mentira y la fragilidad se conjugan para retratar a una familia, a una clase, a una zona desde su casa, su territorio e intimidad, comportándolo (al fin) en Sujeto.

Un sujeto frivolizado en el cine, un sujeto denostado por varios cineastas cuya procedencia no dista de la familia que vemos en pantalla. Este sujeto sensible y contradictorio, como su sociedad, se presenta como liberal sobre las drogas y el sexo, los excesos y los negocios y conservador (feudal) respecto a las relaciones sociales, el lugar de la mujer y de la servidumbre no son tema de discusión.

Sin diálogos anquilosados, ni solemnidad Zona Sur radiografía a un sector poblacional excluido de las pantallas, o por lo menos desde su corazón, como sujetos sensibles y no villanos, como cómplices pasivos y resignados de la infalibilidad de la historia reciente de un país que no les entiende y al cual no comprenden.

El universo ordenado y maquillado de Carola (N. del Castillo), que sugiere el misterio como clave de la seducción, se ve trastocado por la exterioridad, encarnado por una señorona que le recordara que sus valores tienen precio, si acordamos que la tradición es fundamento de los valores. Desde ahí se dibujará a Patricio (J. P. Koria) macho, lascivo y jugador, y a Bernarda (M. Vargas) honesta, lesbiana y enamorada, ambos quieren comprender si el sexo tiene algo que ver con el amor, y la angustiosa construcción de la identidad desde la ritualidad sexual hasta la vestimenta. Wilson (P. Loayza), el mayordomo, es quien guía al espectador por la construcción laberíntica y plagada de espejos que nos propone esta película fresca y honesta, sin embargo él se castró o lo castraron, cualquier viso de sensibilidad, a partir de su condición subalterna terminó sometiéndolo a una familia que le otorga el lugar que su tradición siempre le asigno.

Ante esta construcción, el relato necesita un disparador, el niño Andrés (N. Fernández), el menor de los hijos, posee imaginación, un talento precoz y ternura, permitirán a Valdivia, cuando ya acusa el cansancio de la introspección visual, en un movimiento dramático, la muerte, permitiendo la fuga; la salida de la burbuja-casa, nos lleva con la muerte por un paisaje ascendente y la exterioridad cobra movimiento incluso existencia para recordarnos donde estamos (que siempre existe una esfera que contiene a otra).

“Viven en una burbuja, la otra ciudad, alienados, extranjeros, acomplejados, etc”, frases que nos persiguieron a los sureños, Valdivia reviste estas ideas con movimientos circulares y esféricos, que a su vez significan encierro y castración, colaborado con una paleta de colores que suponen un maniqueísmo simplón a primera vista, sin embargo el blanco emerge como lo insignificante, lo ambiguo, lo estático. Como las silentes exploraciones que realiza la cámara, vaciadas de significados, pero su función es armónica, proporcionando el ritmo interno de cada plano y construyendo el sentido musical del montaje final.

A pesar de la tentación que tienen algunos de hacer un díptico de esta obra con La Nación Clandestina (Sanjines, 1989) que este septiembre cumple 20 años. El sólo ejercicio de plantear esto supondría no reconocer las transformaciones sociales y la critica subrepticia que invade la pantalla de Valdivia con la misma sutileza que nos retrata a nosotros, ´los jailones originarios´.

Esta magnifica puesta en escena, verdadera obra de arte, podría interpretarse como una epístola de una clase en retirada, de la cual sólo nos quedara la nostalgia entre melodías lastimeras del aristócrata piano y el susurro de un niño que algún día quiso volar.

* Sergio Zapata publicó esta crítica en el blog FotoGenia.

** También puede leer El discreto encanto de Zona Sur (Ricardo Bajo) y la entrevista a Juan Carlos Valdivia, director de Zona Sur., publicados en la Ramona.

90% de los billetes de USA tiene rastro de cocaína


Pepa. Ya sabemos por qué los gringuitos están obsesionados con erradicar la hoja de coca en América Latina (principalmente Colombia, Bolivia y Perú). Simplemente es cuestión de limpieza e higiene. Resulta que el 90% de los billetes de Estados Unidos tiene rastro de cocaína o sea que despiertan, desayunan, trabajan, almuerzan y joden totalmente pirados.

La información de Clarín lo dice clarito, clarito: "Casi la totalidad de los billetes que circulan en Estados Unidos tienen restos de cocaína. Así lo reveló un estudio presentado ayer en la reunión anual de la Sociedad Química Americana, que se está realizando en Washington. El informe detalla que los niveles contaminación alcanzan el 90%. Es decir, nueve de cada diez billetes están manchados de cocaína".

"Un porcentaje similar se encontró también en Canadá. En el caso de Estados Unidos, la contaminación del papel moneda es todavía mayor en grandes ciudades como Baltimore, Boston, Detroit y la capital, donde los investigadores encontraron restos de la droga en el 95% de los billetes en circulación".

"La investigación fue desarrollada por científicos de la Universidad de Massachusetts, quienes señalaron que los resultados de su estudio sugieren el amplio consumo de cocaína en ambos países, el cual puede estar aumentando en algunas zonas. Los investigadores analizaron billetes procedentes de más de 30 ciudades de Estados Unidos, Canadá, China y Japón, entre otros países, y hallaron "pruebas alarmantes" del consumo de esta droga".

Ya lo saben malapalabreros, si andan en EEUU y quieren echarle un jalecito, pues solo tienen que conseguir muchos dólares y agitarlos delante de su nariz como un abanico y aspirar como aspiradora nueva…

Pd. Este post nos hace recuerdo a un temita justo y necesario, Scoria con Amukin (Nunca más) y el estribillo que dice: "la coca no se erradica, que erradiquen sus narices gringos hijos de puta...":


Samuel, ese k'aima de la política


No hay nada que hacer, Samuel Doria Medina no tiene carisma, no enciende a la gente. Y no habrá ninguna millonaria inversión en propaganda o en asesores de marketing político que cambien esa realidad. Aún recuerdo el tremendo error de la anterior elección, cuando su equipo puso como lema de campaña "Samuel da la cara por Bolivia", que estupidez. Si cuando Doria Medina intenta sonreir, la pantalla lo muestra falso, cuando regala un abrazo, la pantalla lo devuelve frío y cuando intenta discursear, la pantalla lo muestra aburrido. Y no es que sea un mal tipo, simplemente es bien k'aima (sin sabor). Y eso, señores, no lo cambia ni Dios.
¿Me pregunto si él lo sabrá, o será que se deja mamar por algunos chupamedias que le están exprimiendo la billetera?
En la política es vital tener carisma y pegar en la gente. Puede que de tu propuesta no te crean ni mierda, pero quedarás grabado en el imaginario. Y por eso me temo que, una vez más, Doria Medina terminará mordiendo el polvo. Sí, quizás algún diputado obtendrá, pero ya su imagen estará tan desgastada que en la mente de la población quedará como "ese constante perdedor de elecciones". ¿No hubiera sido mejor esperar, como lo hizo Carlos Mesa?, pregunto.

Un día más con vida, los 100 años del benemérito Lorenzo Rivero


Recomendamos leer este reportaje, publicado por Alex Ayala en el semanario Pulso, sobre el 100 aniversario del benemérito de la patria, Lorenzo Rivero, uno de tantos que peleó en 1932 en la Guerra del Chaco, y a quien le debemos haber cuidado las riquezas naturales del subsuelo. Gracias a él, los bolivianos podemos soñar con un mejor futuro que tuvieron generaciones pasadas. Lorenzo Rivero es el último guerrero del Chaco que vive en Tihuanacu. Felicidades a un héroe de verdad, felicidades a Lorenzo Rivero.

UN DÍA MÁS CON VIDA, LOS 100 AÑOS DEL BENEMÉRITO LORENZO RIVERO RÍOS

Lorenzo Rivero vive postrado en una silla de ruedas y es el último guerrero de los que combatieron en la Guerra del Chaco que queda actualmente en Tiahuanaco. Ha visto cómo Bolivia nacía y moría muchas veces. Y es por eso quizás que su presencia con nosotros se podría catalogar como un milagro.

Texto: Álex Ayala Ugarte / Fotos: Patricio Crooker
Cuentan que hace algunos lustros Lorenzo Rivero Ríos fue recriminado por su tía cuando paseaba con bastón por las calles de la localidad de Tiahuanaco. Ella, con 112 años, estaba tomando una cerveza fría y se reía. “Tan joven y utilizando ya bastón para caminar”, se hizo la burla. Y Lorenzo, quien unas décadas atrás había jurado que prefería ahorcarse antes que llegar con achaques a los 60, quizás avergonzado, sólo aceptó a devolverle tímidamente una sonrisa. Por aquel entonces, él sobrepasaba por mucho los 60; y junto a su tía era ya uno de los más longevos del pueblo.

Muchas lunas han pasado ya desde aquel instante. Son las once y media de la mañana del 8 de agosto y el anciano descansa ahora sobre una silla de ruedas. Aunque cumple 100 años el lunes 10 (precisamente el día de San Lorenzo), está a punto de recibir un homenaje de sus vecinos. En este momento, le rodean ya parte de sus nueve hijos: Angélica (70), Ana María (69), Raúl (67), Waldo (63), Aida (59), Lidia (57), Gonzalo (54), Dámaso (50) y Esther (47). Entre todos ellos suman 536 años...(clic para seguir leyendo).
Más información: www.patriciocrooker.com / www.losheroesdelgas.blogspot.com.